Noto un frío resplandor negro debajo mío.
Óxido de la espera y campanas que tañen
por lo que nunca llega.
Mi segundero avanza caladas marrones
y el alcoholímetro (in)vierte corrosivo
sobre las oquedades del pasado perenne.
Saben los trozos de alma a hiel y cubalibre.
Los versos pusilánimes no arrancan la verde
mugre de mis esquinas.
Me hieden las promesas a colonia barata,
rancio, coñac y puro. Se fueron caducando
los sueños inmortales por una absoluta
razón que da la vida:
¡Bienvenido a mi juego!