«Así pues, la muerte no es real ni para los vivos ni para los muertos, ya que está lejos de los primeros y, cuando se acerca a los segundos, estos han desaparecido ya» – Epicuro
Imaginemos que hemos estado completamente aislados este marzo y abril, y nuestro código de actuación aún se rige por el tempo de un mundo que existía -se desangraba- hace apenas cinco meses. Pensemos por un momento que somos Ryan y Elena, la pareja que tuvo que atracar (con medidas preventivas previas) en la isla caribeña de San Vicente tras pasar semanas en alta mar. No sabían absolutamente nada de lo que estaba pasando en el resto del mundo. –Para ser justos, hay que decir que antes de emprender el viaje le comunicaron a sus familiares y amigos que no le contasen ninguna ‘bad news’-. Pensemos en la velocidad que llevaba el mundo, y el ritmo vertiginoso que nos imponíamos para no quedarnos fuera de él. Recordemos las enfermedades que causaba (estrés, ansiedad, depresión) y cómo afectaba a nuestro cuerpo. Cómo ardían los bosques de Australia o la Selva Amazónica. Cómo se derretían los glaciares y se contaminaban nuestros mares. Rememoremos a todas esas personas que se ahogan día sí y día también en el Mediterráneo o pierden la vida en su travesía hasta El Paso. Reconozcamos cuál era nuestro uso y deseo de las tecnologías de la comunicación… En fin, hagamos un repaso introspectivo profundo de cómo era el mundo hace ocho semanas, en qué estado emocional nos encontrábamos y qué pensábamos acerca del mismo.
Cojamos a ese yo ajeno a la COVID-19 y veamos el nuevo anuncio de Bankinter. La conclusión que podría extraer ese yo del pasado viendo el anuncio es que alguien de la agencia creativa Sioux Meet Cyranos y de la agencia de comunicación Havas le ha gastado una broma a los accionistas del banco. O a estos le ha dado un soplo de altruismo pseudomarxista. También advertiría que ha pasado algo muy serio completamente ajeno a la responsabilidad de la entidad bancaria, y la gente está casi arruinada. No tienen absolutamente nada: ni para celebrar el cumpleaños de sus hijas, ni una verbena en la plaza del pueblo. No podemos salir de casa, por lo que no hay dinero. Pero Bankinter nos garantiza que nos va a devolver toda la felicidad que nos debe porque, ¿a quién no le hace feliz el dinero? Y más si de eso depende celebrar el cumple de los críos. Nos van a flexibilizar las cuotas de las cuentas y nos va a hacer moratorias en el pago de las hipotecas según nuestras necesidades. Menos mal que hay un banco “bueno” como este. Por lo menos que bien lo han hecho sus empresas de comunicación y marketing: este banco se gana total y plenamente la confianza de cualquiera.
Volvamos a nuestros cuerpos. Volvamos a los sentimientos contrariados que hemos tenido todas estas semanas de confinamiento. Veamos cómo se acercan los delfines y flamencos a las costas de Málaga, o cómo se pasean las medusas por los canales de Venecia. Pensemos en el ritmo que ha marcado el mundo actual, más lento, y la ansiedad que nos está generando no poder hacer las cosas rápidamente. Reflexionemos ante nuestro nuevo código moral de vigilar las calles desde la ventana por el bien común. Veamos cuáles son ahora nuestra necesidades tecnológicas y cómo las abarcamos. Recojamos la desilusión provocada al pensar en lo difícil que va a ser viajar y residir en cualquier país, y si nos apetecería meternos en un crucero con 5.000 personas más. Y no nos olvidemos del estrés que nos genera el bombardeo informativo acerca de la obligación de rescatar un sistema económico que, si ya estaba debilitado, ahora está en UCI junto con los afectados por la COVID-19.
Veamos de nuevo el spot. Puede ser terroríficamente brillante. Todo lo que nos hacía felices en su momento lo vamos a recuperar gracias a la confianza de Bankinter. Nos está pidiendo expresamente que confiemos en la libertad del capital (de ahí tan recurrida las escenas de las aves volando libremente impresas en distintos billetes), que todo se va a recuperar gracias a eso, porque ellos están más con nosotros que nuestro propio gobierno (si no cumples con los requisitos estatales, ellos igualmente te dan una moratoria en el pago de la hipoteca). Porque ellos “ven el dinero como nosotros”, la vida también. Ellos quieren, como todos, la felicidad. Traducida, sin ningún tipo de dudas, en dinero. Ya sea porque tienes mucho o porque el poco que tienes te permite vivir. Es jodidamente bueno. Pero a la vez escandalosamente aterrador.
Ese mensaje va a calar, si no lo ha hecho ya. Hay una base para ello. Llevamos décadas siendo bombardeados con la fórmula (tramposa) libertad + felicidad = mercado + dinero. Cuando echamos en falta calor humano, lloramos muertes por centenares de miles, y seguimos con la incertidumbre y el miedo al contagio, todo se sugiere más confuso. Es el momento perfecto para que esos mensajes nos lleguen, para que nos agarremos a esa ilusión y depositemos en ella nuestra confianza. También es un momento perfecto para la reflexión, para buscar análisis que saquen la cabeza del barro informativo y mediático en el que nos encontramos. Vamos a aprovecharlo.
La doctrina del dinero: si Dios existe, está en los billetes
El miedo a la COVID-19 se combina con el pánico a una crisis económica mundial. Según el FMI, durante 2020 viviremos una crisis peor que la del crack del 29. Tampoco son positivas las deducciones sobre el PIB y la tasa de desempleo en los estados miembros de la Unión Europea, publicadas en su último informe de Perspectivas económicas mundiales. El PIB de la Eurozona se contraerá un 7,5% este año… La crisis que originó la quiebra de Lehman Brothers fue menos acentuada que la crisis del coronavirus y, sin embargo, aún seguimos padeciendo sus secuelas. Las secuelas de las políticas destinadas al rescate de la banca privada: deudas impagables y recortes al Estado del Bienestar para reducirlas. El objeto de estas políticas fue un intento de la Comisión Europea (encarnados en Juncker y Draghi) de alargarle la vida al neoliberalismo.
Durante estos meses está resonando una idea que recuerda al Fantasma de las Navidades Pasadas: los coronabonos. Y como el día de la marmota, se repiten los mismos protagonistas (Países Bajos, Alemania y los países nórdicos) con los mismos discursos contrarios a unos bonos “más sociales” que permitirían mutualizar la deuda y los riesgos de todos los países bajo el paraguas de la UE. Esto significaría que el Banco Central Europeo -recordemos que su actual vicepresidente Luis de Guindos, el que fuera ministro de economía del Gobierno de España durante la crisis de 2008, se muestra favorable a esta idea- emitiría deuda con mayor garantía que la deuda soberana de cada país, gracias a la responsabilidad mancomunada. El propio Juncker decía el pasado 13 de abril en una entrevista del diario belga Le Soir publicada en El País, al respecto de los coronabonos:
“La idea de los coronabonos se va a abrir camino, pero se necesita tiempo para ponerla en práctica, sobre todo ahora que los jefes de Estado y de Gobierno se ven obligados a reunirse a través de videoconferencias. […] Esta manera de trabajar no permite conseguir resultados rápidos, porque no se puede decir todo, y los que tienen que hablar entre ellos no lo consiguen”.
Si los problemas para llegar a un acuerdo viniesen solo por las reuniones telemáticas… Los coronabonos son una versión COVID-19 de los eurobonos que se plantearon durante la crisis de 2008. Explicado a los neerlandeses (principales objetores) en palabras del propio Juncker:
“Decir hoy que no podemos dar una prima “presupuestaria” porque España e Italia no han hecho todos los esfuerzos que esperábamos de ellos, no es apropiado. Y hay que explicar bien a la opinión pública neerlandesa que la idea de los coronabonos no consiste en mutualizar la deuda pasada, sino la deuda futura, limitada en el tiempo y en su objetivo”.
Las políticas de dumping fiscal neerlandesas (tasas de impuestos corporativos que en la práctica pueden bajar del 5%) están causando una importante pérdida de ingresos para la Unión Europea, concretamente 9.200 millones de euros anuales, en beneficio del país noreuropeo, según deduce Tax Justice Network. En el informe Time for the EU to close its own tax havens del pasado 4 de abril, se detalla que esta forma de “falso” paraíso fiscal ha provocado enormes pérdidas fiscales en los cuatro países más afectados por la COVID-19 de la Unión Europea. Francia (dejó de recaudar unos más de 2.400 millones de euros), Alemania (1.300 millones), Italia (1.300 millones) y España (casi 1.000 millones). La solución neerlandesa a esta crisis comunitaria es la creación de una suerte de fondo de emergencia de la UE para apoyar a los países con economías más flojas. Se ofrece a romper el hielo de los donativos con 1.000 millones de euros (300 millones menos de lo que deja de ingresar Italia anualmente…). Traducción: la solución neerlandesa es el altruismo cínico. La jugada maestra para mantener su chiringuito parasitario con las grandes corporaciones tecnológicas estadounidenses.
Quizá, en las palabras de Juncker se atisba una luz más esperanzadora para el modelo neoliberal-financiero de la UE, aunque siga moribundo, que en la idea neerlandesa. Pero no está moribundo por carencias, sino por excesos. La idea de la infinitud de los recursos agoniza al mismo ritmo que se calcinan los bosques y se pudren los océanos. Tanto las palabras de Juncker – que no son un acto de fe para un cambio radical de sistema que se transforme en uno equilibrado, pero sí más parecido al comunismo liberal chino- como la solución neerlandesa, no son más que un electroshock para reanimar el corazón neoliberal que ha sufrido un paro cardíaco. No es más que otra expresión de lo que Mark Fisher llamó realismo capitalista. Como explica Fisher, el eslogan de Thatcher No hay alternativa configuró la idea de que, en palabras de Slavoj Zizek y Fredric Jameson, “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin de capitalismo”. Es esa idea inviolable, férrea y “real” de que el capitalismo es el único sistema económico viable por naturaleza humana y no es posible dilucidar otra fórmula, y el ejemplo está en todas esas dictaduras nazi-comunistas–orwellianas–asesinas-comeniños que han fracasado o están fracasado. Fuera del calor del capital hay frío, hambre, miseria e hipervigilancia. En cambio, el neoliberalismo promete Un Mundo Feliz.
Estamos viendo el declive de un sistema que debería protegernos, garantizar nuestros derechos y libertades, mantenernos como comunidad y proporcionar los servicios básicos y fundamentales. Sin embargo, las únicas soluciones que nos llegan por los medios de comunicación y la publicidad son parches de capitalismo a los problemas que originó el propio capitalismo. Pero con otro nombre, con otra cara, más “frescos”, “colaborativos”, “innovadores”… ya se encargan los equipos de publicidad y RR PP, los medios de comunicación afines y los lobbies corporativos de hacer que todos nos traguemos semejante memez, como ha hecho Bankinter con su súper anuncio.
Aunque la idea de los coronabonos es un bálsamo de justicia social imprescindible dentro del marco de juego neoliberal, no deja de ser un parche. Es el parche de un flotador agujereado que nos sube al bote salvavidas cuando nos encontramos a la deriva en alta mar. Pero el flotador puede tener más de un pinchazo, o ser de muy mala calidad. O simplemente al modo neerlandés, nos gritan desde el barco que no cabemos, que si subimos moriremos todos y que la culpa de estar naufragando en alta mar es nuestra. Hace falta algo más, un soporte de fondo que haga efectivas las políticas destinadas a favorecer lo comunitario. Un barco que esté preparado para acogernos a todos por igual, sin camarotes de primera o de segunda. Si no acabaremos como Dylan en Children of men, remando hacia la única bolla de alta mar que emite luz.
El neoliberalismo en la UCI
A raíz de la película de Alfonso Cuarón Children of men, Fisher entiende que
“La catástrofe [en Children of men] no es inminente ni es algo que ya haya ocurrido. Más bien, se la vive a medida que transcurre. El desastre no tiene un momento puntual. El mundo no termina con un golpe seco: más bien se va extinguiendo, se desmembra gradualmente, se desliza en un cataclismo lento”.
La correlación con la catástrofe provocada por la crisis sanitaria de la COVID-19 es evidente: no es algo que haya ocurrido esta única vez ni en un único lugar (recordemos que han sucedido brotes de COVID anteriores a 2019-2020). Ni ha acabado con el planeta; pero sí ha tirado una de las cartas del castillo de naipes. Sí que estamos aprendiendo de esta catástrofe según aumenta nuestra experiencia con la misma. El sistema neoliberal-financiero se ha visto terriblemente afectado por la COVID-19 en el corto, medio y largo plazo. Ha reflejado y dejado en evidencia sus grandes debilidades, sus miserias, sus incoherencias. El filósofo esloveno Slavoj Zizek opinaba a finales de marzo en un artículo publicado en Ctxt:
“[…] la epidemia del coronavirus es una especie de ataque de la “Técnica del corazón explosivo de la palma de cinco puntos” [técnica mítica de las Artes Marciales en la que, tras tocar ciertos puntos de presión, al oponente le estalla el corazón tras dar cinco pasos] contra el sistema capitalista global, una señal de que no podemos seguir el camino hasta ahora, que un cambio radical es necesario”.
La fórmula del consumismo en standby (solo se pueden comprar productos esenciales) -fijémonos en el producto estrella del neoliberalismo: el precio de los barriles petróleo extraídos en los campos de Texas se desplomó casi un 305%-. Además de los sistemas sanitarios a riesgo de colapsos (y en muchísimos países la universalidad del mismo brillando por su ausencia). Los comercios locales y pequeños cerrados (moratorias en pagos de alquileres e hipotecas, tasas de autónomos, etc.). El turismo de masas parado y la suspensión de derechos y libertades (ahora contamos con una policía ciudadana que riñe desde sus balcones y jalea a la Policía o Guardia Civil cuando le zurran a un irresponsable que ha salido a la calle). ERTEs y despidos masivos (en algunos casos fórmulas precarias de teletrabajo)… Recogiendo la metáfora de Zizek, tras el golpe de la COVID-19 al sistema neoliberal-financiero le quedan cinco pasos de vida; tras estos cinco pasos, su corazón explotará y serán (para no salir del bucle) las clases más desfavorecidas las que más opciones tienen de sufrir las consecuencias.
Aunque Zizek afirme en este mismo artículo que el viceministro de Salud de Irán, Iraj Harirchi, tenía razón al decir cínicamente que la COVID-19 no entiende de ricos y pobres, es una deducción cargada de frivolidad. Una afirmación naíf que podríamos decir en nuestros pisos de clase media, chalets o mansiones, si obviamos de nuestro análisis la variable de que la mayoría de personas de este planeta viven hacinadas en condiciones lamentables.
Pensemos cómo se podrían confinar 1.300 millones de personas en la India. Los millones de personas que viven en las favelas de Brasil, en los campos de refugiados de Lesbos o de Eritrea. Los habitantes de las ciudades asoladas en Siria… Sin prestaciones sociales de ningún tipo, sin sanidad universal gratuita, sin ingresos… No hace falta irse fuera de Europa, ni siquiera de las grandes ciudades como Madrid, para darse cuenta de que en los barrios más humildes, donde los ingresos medios mensuales por familia oscilan en torno a los 1.000 euros, están más expuestos y son más vulnerables. Beatriz Asuar analiza en un reportaje para Público los datos proporcionados por la Comunidad de Madrid de la tasa de incidencia y contagio por la COVID-19 por distritos y municipios. Los datos hablan por sí mismos:
“Puente de Vallecas es la zona con más casos de contagios totales (2.410) frente a la zona centro que es en la que menos se han detectado (814). Puente de Vallecas es el segundo barrio más pobre de Madrid. Los expertos consultados apuntan a que este es el motivo de que el coronavirus se expanda más aquí porque, además, tiene la peor esperanza de vida de toda la capital (83,2 años) frente a la más alta de Barajas (86,5)”.
Daniel Bernabé va un poco más allá. En este mismo diario, concluye en un reportaje a partir de un proyecto internacional de código abierto, Nextstrain, (que se encarga de investigar el desarrollo en la mutación del virus desde su origen) que la expansión del virus en Europa ocurrió desde Alemania “con sus hombres de negocio” y desde Reino Unido “con sus turistas ebrios”. Además de los banqueros suizos y los “centros de poder económicos y financieros: Berlín, Zurich y Londres” donde se reunían los directivos que venían de hacer negocios en China. Siguiendo el hilo de la secuencia genética del virus Bernabé concluye que
“el paciente 1 europeo, del que probablemente procede el paciente 1 italiano, es alemán. Se contagió a través de una compañera de trabajo que había estado en Shanghai entre el 19 y el 22 de enero, es decir, incluso antes de que se confinara a la ciudad de Wuhan. No es descabellado afirmar que los primeros focos de la extensión del coronavirus en Europa son alemanes y británicos, puesto que estos países son los centros empresariales con más contactos comerciales con China”.
Es muy evidente según esta secuencia que una de las causas principales de la propagación del virus en Europa ha sido el mercado financiero con sus hombres de negocio. A los que poco les preocupa la fosa común que se está abriendo en la isla de Hart en Nueva York (la Gran Metrópoli, la capital del imperio ideológico del neoliberalismo) comparado al miedo que provoca la caída de Dow Jones. Incluso, con el cinismo que le caracteriza, el propio presidente Donald Trump, prefería en plena crisis sanitaria correr el riesgo de aumentar las cifras de fallecidos reabriendo de nuevo el país que una quiebra del mercado de valores, a pesar de las recomendaciones de la OMS (a la que ahora culpa de no haber predicho con anterioridad esta situación, y amenaza con retirar la partida económica). Estados Unidos es el país más afectado por la pandemia… Sus palmeros Bolsonaro y Johnson también siguieron la iluminaciones de Trump, y ya estamos comprobando la situación en Sao Paulo y vimos al británico en una situación muy complicada en la UCI. Es el mercado, amigos, como dijo una vez un ladrón/gurú económico…
Esta es la estrategia que veremos desde aquí hasta el final de la cuarentena: la realidad de que si muere el sistema, morimos todos. Un sistema que ha resultado un factor determinante en la aparición de esta pandemia, como demuestra la investigación de Bernabé y que ha castigado (para variar) a las clases trabajadoras, como confirma la investigación de Asuar. Pero, a la vez, es el que más ha sufrido las consecuencias, aunque lo haya trasladado a nuestros cuerpos. El bombardeo mediático será que hay que salvarlo cómo sea, y viendo que esto de las crisis sanitarias va a estar a la orden del día durante muchos años, tiene que salir fortalecido. La guerra no es contra el coronavirus. Ese lenguaje belicista esconde algo detrás. La guerra sigue siendo informativa, de discursos, de ideas…
La guerra contra el coronavirus no existe: son las ideas
Si miramos a España, los que más golpes de pecho se dan cuando ven la rojigualda, los que se refugian en la retórica de la idea náufraga del estado-nación, se han dedicado a difamar con teorías conspiranoicas, y atacar sistemáticamente al Gobierno para sacar rédito electoral… No hace falta recordar las perlitas de los ataúdes en Gran Vía o las mascarillas requisadas. Lo curioso es que durante todos estos años anteriores, todos esos partidos patrióticos neoliberales españoles estuvieron de acuerdo y no temblaron absolutamente nada cuando metieron la tijera al Estado del Bienestar. Ahora incluso lo niegan. Los mismos servicios a los que ahora aplauden con orgullo desde sus balcones. Porque están todos muy unidos como una gran nación que tiene anticuerpos españoles.
El diputado canario Alberto Rodríguez, en cuestión a la idea del Ingreso Mínimo Vital que está acordando el Gobierno, subrayaba ante el ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, José Luis Escrivá la importancia de la inmediatez de esta prestación para miles de personas que viven de “hacer cáncamo”. Es decir, para aquellas personas que viven de la calle, de las chapucillas, ajenos completamente al sistema y sin una red de apoyo comunitario detrás. Esta propuesta que pretende “dejar atrás al menor número de ciudadanos posibles” es bastante encomiable y tiene un trasfondo de buena intención social pero, como los coronabonos, no deja de ser un parche de capitalismo en un flotador pinchado. Además de tener un doble filo:
Florencio Cabello, explica en El Salto que este Ingreso Mínimo Vital (que no Renta Básica Universal) depende del impuesto negativo que Milton Friedman (padre del neoliberalismo) propone en su obra Capitalism and freedom: “este subsidio gubernamental complementario a la caridad privada promovería una original integración de impuestos y prestaciones sociales en forma de tasación negativa (esto es, de ingreso económico) de carácter incondicional para aquellas personas que no alcanzaran un cierto umbral de renta”. Las tres conclusiones que extrae Cabello en relación a la idea del Ingreso Minímo Vital desde la lectura de Nacimiento de la biopolítica de Foucault no son absolutamente desdeñables:
1) “el impuesto negativo muestra una absoluta indiferencia ante las causas de la pobreza, dedicándose única y exclusivamente a aplacar sus efectos a escala individual, tal y como reconoce Friedman: ‘si el objetivo es aliviar la pobreza, deberíamos tener un programa dirigido a ayudas a los pobres’. […] El objetivo respecto de la pobreza es plenamente neutralizador, no planteándose erradicarla o al menos combatirla, sino sencillamente aliviar un peso que de todos modos hay que acarrear […] ”
2) “el impuesto negativo establece un umbral que marca “una seguridad general, pero por abajo”, en contraste con la seguridad social universal de los sistemas de bienestar”.
3) “al poner en el punto de mira solo a los empobrecidos y abandonar cualquier propósito redistributivo global, el impuesto negativo comporta un halo de estigmatización”.
Si esta medida no está acompasada con un sistema de bienestar fuerte y emancipado del mercado de trabajo los que más van a beneficiarse del IMV son las personas con rentas más altas. El filósofo César Rendueles, a propósito de la Renta Básica Universal, afirma que “si ha de servir para liberarnos de las cadenas del salariado, entonces solo puede ser un elemento más, ni siquiera particularmente destacado, de una caja de herramientas interconectadas que incluye los topes salariales, la democratización de los centros de trabajo, la negociación colectiva, las intervenciones públicas desmercantilizadoras, la protección de las labores reproductivas, el trabajo voluntario y, sí, también las prestaciones sociales obligatorias”.
Aunque el anteriormente mencionado Luis de Guindos vea con buenos ojos esta medida, resulta cuanto menos curioso que la oposición patriótica neoliberal catalogue esta medida como una traición, una barbaridad, una locura ideológica propia del chavismo. Quizá tenga mucho que ver que el impuesto negativo y el IMV ya aparecía en el programa ideológico de Pedro Sánchez “Por una nueva socialdemocracia” de las primarias de 2017. Sin embargo, las privatizaciones de la sanidad (que han aupado a sus ideólogos hasta puestos importantes) o los copagos farmacéuticos y todas esas medidas para atacar al sistema público que llevó a cabo el Gobierno de M.Rajoy no supusieron ningún desgaste; ni tenía tintes ideológicos, era por el bien nacional… Este es el juego.
En Japón, un país del que no se sospecha ningún tipo de chavismo, el gobierno nipón entregará unos 857 euros a cada ciudadano para estimular la economía tras la crisis de la COVID-19. Aquí en España, la oposición patriótica neoliberal esgrime en el Congreso de los Diputados que regular el precio de las mascarillas supone una «traición a la patria» e iba a suponer escasez… Como se preguntaba Judith Butler en El capitalismo tiene sus límites en reflexión a la brillante idea de Trump de comprar la patente de la vacuna contra la COVID-19:
“¿Imagina que la mayoría de la gente piensa que es el mercado el que debe decidir cómo se desarrolla y distribuye la vacuna? ¿Es incluso posible dentro de su mundo insistir en un problema de salud mundial que debería trascender en este momento a la racionalidad del mercado? ¿Tiene razón al suponer que también vivimos dentro de los parámetros de esa manera de ver el mundo?”
Paul B. Preciado, en un artículo publicado en El País a finales del mes de marzo, explica el análisis del filósofo italiano Roberto Espósito acerca de las relaciones de la noción política de “comunidad” y noción biomédica y biológica de “inmunidad”:
“Comunidad e inmunidad comparten unas misma raíz, munus, en latín el munus era el tributo que alguien debía pagar por vivir o formar parte de la comunidad. La comunidad es cum (con) munus (deber, ley, obligación, pero también una ofrenda): un grupo humano religado por una ley y una obligación común, pero también por un regalo, por una ofrenda. El sustantivo imunitas, es un vocablo privativo que deriva de negar el munus. En el derecho romano, la inmunitas era una dispensa o un privilegio que exoneraba a alguien de los deberes societarios que son comunes a todos. Aquel que había sido exonerado era inmune. Mientras que aquel que estaba desmunido era aquel al que se le había retirado todos los privilegios de la vida en comunidad”
A raíz de esta explicación, Preciado recoge de Espósito que
“todo acto de protección implica una definición inmunitaria de la comunidad según la cual esta se dará a sí misma la autoridad de sacrificar otras vidas, en beneficio de una idea de su propia soberanía. El estado de excepción es la normalización de esta insoportable paradoja”.
¿Cómo se ha establecido quién se ha quedado fuera? La crisis resultante de la COVID-19 ha puesto en tela de juicio la configuración de los estados-nación. La cuestión identitaria nacionalista que estaba ocupando (de nuevo) cada vez más importancia en la esfera pública, también está afectada. Estas fronteras, que Preciado denomina “necropolíticas”, fueron creadas para “construirnos colectivamente como comunidad totalmente inmune”, sin embargo “la destrucción de Europa comenzó con esta construcción de una comunidad europea inmune, abierta en su interior y totalmente cerrada a los extranjeros y migrantes”. Ahora las fronteras que nos hacían inmunes están en nuestras casas, en nuestros propios cuerpos, y los inmunes no viven en Vallecas. Ni en una casa sin balcón. Ni están en los campos de refugiados de Grecia. Ni su vida depende de los trabajadores sanitarios públicos, ni de las retribuciones del paro. Ni trabajan en supermercados… Queda bien claro quiénes son los demuni.
El filósofo coreano Byun Chung Hal detalló en un artículo en El País casi con admiración cómo había sido la reacción del Gobierno y de la sociedad coreana ante la gestión de la crisis de la COVID-19. Durante el análisis, se desprendía cierto aroma de alabanza a las prácticas de “biovigilancia y control digital” del gobierno surcoreano, cosa que, en palabras de Preciado, “la COVID-19 ha legitimado y extendido, normalizándolas y haciéndolas ‘necesarias’ para mantener una cierta idea de la inmunidad”. Sin embargo, como argumenta el propio filósofo italiano, estos mismos Estados no toman ninguna medida drástica para controlar las emisiones de CO2 o para controlar el mercado de animales salvajes o protegidos. “Lo que ha aumentado no es la inmunidad del cuerpo social, sino la tolerancia ciudadana frente al control cibernético estatal y corporativo”.
En España el control ciudadano está, sobre todo, en los balcones. Todos esos superhéroes de la moralidad que te regañan desde el balcón con la idea de mantener su inmunidad dentro de su nueva frontera: el hogar. César Rendueles se preguntaba en La tormenta perfecta de autoritarismo: “¿Qué ocurrirá cuando se levante el confinamiento y la catástrofe económica que se avecina empiece a dar lugar a movilizaciones laborales o sociales? ¿Jueces y policías se dejarán arrastrar por la inercia represiva creada durante el estado de alarma? ¿Se seguirá apelando a la excepcionalidad de la situación y a la unidad frente a la catástrofe? ¿Continuarán las metáforas bélicas para exhortarnos a acatar las decisiones del Gobierno?”. El filósofo español cree que
“En muchos lugares del mundo la derecha radical se está imponiendo como una alternativa al derrumbe de la globalización neoliberal, ofreciendo una promesa de orden y retorno a los viejos buenos tiempos anteriores a la Gran Recesión. Las inmensas conmociones económicas que va a desencadenar la pandemia del coronavirus son un escenario perfecto para una extrema derecha capaz de conjugar un programa económico posneoliberal con una gestión inteligente del rencor social y el miedo colectivo”.
La llamada ‘generación precaria’, el grupo social resultante de las crisis económicas más importantes del último siglo (si contamos esta también), se enfrenta a su turbio futuro desde dos perspectivas. Recogiendo el análisis de Ekaitz Cancela en El Salto, las salidas políticas que esperan tras la crisis de la COVID-19 son: por un lado, un futuro en el que “la pregunta de cómo instituir la distribución de los recursos -así como su producción y consumo- no la responda el sistema de precios, sino una organización del conocimiento donde no existe el mercado como elemento organizador, y los avances de las tecnologías digitales son empleadas para crear infraestructuras que permitan la planificación socialista de la economía”. Y por otro, “que el neoliberalismo muera de éxito y se libere toda la violencia del capital, una fuerza que puede ser administrada por un estado autoritario a la Occidental”.
Parece que el camino está trazado. Retomando la idea de Cancela, el reto para esta generación no es enfrentarse a un estado que limita las libertades civiles estilo fascista, viene más por el incremento de la vigilancia digital (tanto del estado como de las corporaciones) sobre los ciudadanos, con el fin de salvaguardar el sistema neoliberal-financiero. Es tan evidente, que con el fin de mantener nuestra ‘inmunidad’ sacrificamos libertad y privacidad, llegando a ver con buenos ojos la propuesta de Google y Apple de incluir en la próxima actualización del sistema operativo una aplicación que nos ‘monitoree’ para ayudar con nuestros datos a frenar la expansión de la COVID-19. Con respecto a la pérdida de privacidad que se advierte en la propuesta, recogiendo las palabras de El País, “esto requiere un salto de confianza. Google insiste en que la privacidad es el centro de su diseño. Pero pone un protocolo que permitirá construir apps o interfaces desarrolladas por cientos de actores en docenas de países.”… La solución dada, pues, es cerrar los ojos y esperar que una empresa que tiene miles de millones en liquidez (y nunca son suficientes) no quiera seguir sacando tajada con nuestros datos y nos salve de este mal. De nuevo, no hay solución que no pase por el neoliberalismo.
Tras todos estos años queda claro que, como dice Cancela, cuando los algoritmos de aprendizaje profundo, a sabiendas de lo que ganan trabajadores y lo que gastan los consumidores comercializan con todo tipo de empresas nos encierran en la lógica de la economía global. Como consecuencia: “Endeudamiento, bienestar privatizado, salarios basura y pasividad social”. Y, desgraciadamente, esa ha sido la tónica dominante las últimas décadas, Incluso durante la crisis de la COVID-19. Como señala Cancela a partir de una investigación de Platform Labor, las plataformas se están frotando las manos “aprovechando esta crisis de salud pública” para convertirse en la infraestructura que nos salve, para ser “utilidades digitales privatizadas que controlan y monetizan los flujos de datos críticos”. También se han configurado como el bálsamo que ameniza la situación. ¿Cómo hubiese sido nuestro confinamiento sin Google Hangouts, Zoom, Netflix o (como siempre oportuno) Disney+? Recogiendo de nuevo el testigo de Cancela, el ciudadano “ilustrado” se construye como consumidor de plataformas digitales de empresas privadas, por lo que se “normativiza la cruda existencia de los sujetos bajo el neoliberalismo, que es solitaria, egoísta y abocada a la resolución individual de sus problemas acudiendo al mercado”.
La generación distópica
Yo formo parte de esa generación precaria –distópica cita el título del epígrafe- que con menos de 30 años ya ha visto dos crisis que le han dejado el futuro aún más incierto (si cabe). Formo parte de esa generación que ha crecido con el remember, remember, the 5th of november. De los que hemos leído a Orwell, Huxley y Bradbury. Ya no hay miedo a ninguna catástrofe. Somos la catástrofe en sí misma. Soy una de esas personas a las que se le imaginó un futuro en color sepia, fragancia de hollín y vestuario de metal. Hace tiempo que dejó de agobiarme el deseo de tener un empleo fijo y estable en una súper empresa. Ha pasado mucho desde la última vez que me calentó la cabeza el no saber qué tengo el año que viene. Como yo hay miles; en condiciones muchos peores y trágicas que yo, millones. Lo que es evidente es que necesitamos un cambio de estrategia radical si no queremos encontrarnos con ese futuro. Tenemos que proteger el último escudo que nos queda para nuestra tranquilidad: el Estado del Bienestar. El que ha sido atacado sistemáticamente, señalado como el causante de los problemas que ahora se acentúan, enemigo absoluto del neoliberalismo. Tenemos que desconfigurar de nuestro chip el programa que ejecuta automáticamente la idea de trabajar para poder vivir. Hay que emanciparse de la necesidad social que nos ata al mercado financiero.
No resultaría beneficioso para la ciudadanía medidas económicas como los coronabonos o el Ingreso Mínimo Vital si no existen unos servicios sociales comunitarios fuertes detrás. Y por supuesto, estas no son conquistas determinantes ni totales. Si la lucha social se condensa en esas únicas medidas, habremos caído en la trampa. Raúl Sánchez Cedillo nos deja una reflexión de calado a raíz de la idea de una renta de emancipación:
“La abstracción monetaria tiene que ponerse al servicio de la concreción universal de nuestras vidas en juego. […] Tras 12 años de devastación austeritaria, de autoritarismo y fascismo crecientes y de calentamiento global desencadenado, sumados a una pandemia cuyas consecuencias ponen en vilo la continuidad de nuestras vidas, la emancipación (esto es, poder tener una vida que no está obligada a pasar por el mercado de trabajo del capital para vivir con dignidad) no puede ser ya el punto final diferido, sino que ha de ser el punto de partida para que, durante y tras la pandemia, estemos en condiciones de construir en las luchas los términos más favorables de la convivencia con el sistema de la ganancia y la destrucción de la biosfera, mientras preparamos las batallas decisivas de su extinción, en nombre de la vida emancipada del chantaje de la muerte y el hambre. La vida común es potente y puede demostrarlo”.
Las conclusiones que deberíamos sacar aquellxs jóvenes distópicxs es cómo deshacer la lógica que nos ata a pensar que todo se rige según la lógica y el ritmo de vértigo del mercado. Comprender, en palabras de Fisher, que la estrategia de los poderes dominantes como vimos durante la crisis de 2008 fue “culpar a los individuos supuestamente patológicos, los que ‘abusan del sistema’, más que al sistema mismo”, viendo la evidencia, gracias a esta crisis, que si lo común se rige por la fórmula capitalista que llevamos utilizando hasta ahora, acabarán por destrozarnos como sociedad. El tejido civil acabará por resquebrajarse hasta dejar jirones de ciudadanos aislados tras las fronteras de sus casas y sus cuerpos. La inmunidad dependerá del propio cuerpo y la propia casa. Y del tamaño del bolsillo, claro está. Sin olvidarnos de la hipervigilancia de las empresas tecnológicas de las que depende el estado.
Es hora de darnos cuenta que irse con toda la mejor intención del mundo uno o dos años de voluntario a una súper ONG que opere en cualquier país desfavorecido no es suficiente. Para dormir mejor y alardear de moral, sí. Pero en la psique vamos seguir teniendo la configuración de la competitividad si no abandonamos el marco de juego neoliberal, si no vemos más allá de la solución impuesta por las potencias que causaron esos problemas con sus políticas neoliberales. Tenemos testimonios durante esta crisis de movimientos surgidos desde lo comunitario, desde el apoyo mutuo y tecnologías libres. Estos proyectos están dando resultados de altísimo valor, solo basta con mirar las investigaciones de Nextstrain para darse cuenta del valor de las conclusiones de sus análisis. Así como advertirse de la función de la plataforma ciudadana Frena la curva como elemento de cohesión de la sociedad civil en tiempos de confinamiento.
En España, se ha demostrado que los trabajadores de los servicios públicos, sociales y de primera necesidad están más que capacitados para desempeñar su labor. Pero también se ha demostrado que llevan años en situación de abandono, sufriendo recortes, siendo prescindibles (algunos sectores más que otros). Hay mimbres para construir un mundo más inclusivo, más respetuoso con el medioambiente, más armónico; pero mientras las instituciones estén doblegadas al interés mercantil-financiero vamos a seguir en el bucle de la supervivencia, de la precariedad, de la distopía. Vamos a ser ese desterrado Mad Max que busca gasolina en un mundo sin vida animal, vegetal o humana. Y lo que viene por delante nos exige estar preparados, como sociedad y como individuos. Es hora de ver cómo se configura la “normalidad”, coger de nuevo el timón y conducir el barco a tierra firme.