A veces,
creo que llevo absorto 20 años de vida.
Llevo meses sin estar en cuerpo presente
alimentando un tenia mental obesa.
A veces me fumo el tiempo
haciéndola aún más oronda,
olvidando cómo se hace la ansiada cuestión.
La pregunta enquistada que no logro formular.
Todos me la hacen.
Todos me dicen que tengo que responder.
Que debo tener las cosas claras.
Un objetivo tangible.
Y yo aún no sé cuál es esa pregunta.
Todo el mundo me la hace.
Todo el mundo me intenta ayudar así.
No escucho nada.
Es como si se muteara su voz al hacerla.
Mi compadres me dicen:
“Respóndeme”
No puedo.
Porque por mucho que me interpele
yo sigo pensando en esa pregunta que aún no se hacerme.
Me cuesta un mundo alzar la voz.
Me devora la creciente tratamudez de la desconfianza.
Se alimenta el gusano de mi cabeza
de la pregunta sin pregunta,
de la respuesta sin respuesta.
A veces,
estoy a cuatro rayas de encontrarla
a punto de conseguir
el equilibrio suficiente en mi voz para entonarla
pero me vibra el puto móvil
y noto como se desintegra
en las papilas de mi lengua
“sé que me has leído, por favor, contesta”
se desparrama todo por la pantalla
y vuelvo a perder el camino recto
que descifra la maldita pregunta.
Creí encontrarla entre bastidores de los periódicos.
Me enseñaron a pedir perdones y disculpas
en cantidades industriales
y conseguir los objetivos
a base de pisar cuello.
He pedido tanto perdón y tanta disculpa
que me saben a cenizas esas palabras.
Excusas por errar.
Excusas por existir.
Excusas por estar aprendiendo.
Excusas por no hacerlo más rápido.
Excusas por levantarme de la puta silla.
Excusas por no pisar el cuello de la gente.
Excusas por quedarme sin dinero para el bus.
Excusas por pulirme en las 2 primeras semanas
el suelduco de 400 mierdas en petardos y cerveza
comida, lejía, papel pal culo, champú y chorradas
Excusas por no contestar bien a todo lo que me preguntan.
Excusas por no formular la cuestión que me muele por dentro.
A veces,
me quedo tan tieso en el sofá
que me mimetizo con el gato
y le planteo un contacto visual fuerte;
aguanto su estoica mirada
Siendo valiente en esa lucha abstracta
hasta que encuentro en las manchas de sus iris
un mapa de respuesta a la pregunta
que aún no logro formularme.
Se ilumina el iPhone
“empecemos de cero”
-Eso quisiera yo-
El gato se asusta y salta del sofá dejándome solo
intentando recoger otra vez
las piezas del puzzle descompuesto en el suelo
con el cuello apocado
los hombros de llenos de dudas
y los temblores en mis manos
que impiden a mis pulgares
escribir la respuesta que tanto anhelamos mi psicóloga y yo:
“empecemos por el principio”.