Parresía

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Parresía

de Wifly Rodríguez

Nuestras palabras

El escozor en los ojos fue

por el abismo que nos separa.

Por nada menos que eso.

Fuimos generación olvidada.

Jueves de terral en verano.

Aprendimos en el aula

que el timbre del recreo

te prepara para lo que viene:

reaccionar rápido a los estímulos

obedecer y ordenar

comprar sin preguntar.

Aprendimos en los parques

que los whiskys se pagan a plazos

y cobran fuerte con olvido y cirrosis.

La catarsis de placer no es eterna

y las palabras mutan como lo virus.

Los adultos más efebos

han redactado las tesis

y los códigos de leyes

del cómo hay que vivir.

Con los huevos negros

las cabezas blancas

y una sucia mirada altiva

que oculta tras sus córneas

un desierto de decepciones,

traumas y tragedias.

Improvisamos nuestra vida

en un circo de catástrofes

Evitamos andar los caminos oscuros,

como nos dijeron.

Nadie nos habló del que enciende las bombillas.

Avanzamos con las dudas

por las calles con blanca luz

Dejamos de pensar en qué hay en lo oscuro,

como nos dijeron.

Nadie dijo que tanta luz no nos dejaba ver.

Aún así, nuestras pupilas dilatadas

encontraron todas las agujas de sus relatos

y nos quedamos con la paja del cuento.

Nuestro perfume Deliplus

no tenía la elegancia suficiente

para acercarse a ese status Hugo Boss.

Nuestra esencia de arlequín

tenía el delito por reclamo

y esas putas luces azules

contaminó nuestro silencio

con bocinas y doctrinas.

En guerra por las ideas.

Sobrevivimos la guerra de las palabras.

Los muertos llamados a ser sueños.

Los términos, los soldados.

Y en primera línea, las ratas.

Deglutimos con fervor

nuestros propios sentimientos.

Arrasamos los campos sembrados

de nuestros fértiles cuerpos.

Las manchas de dentro

no se fueron con la lluvia

y de perdidos al río

con el polen entre los dedos,

sintiendo el peso

de una existencia precaria,

mezclamos los miedos

con las esperanzas.

No cupo queja

por los moratones del alma.

Porque no hay moraleja

en una historia in extrema res.

Lloraron las madres

por no llorar nosotros.

Y las estrellas de colores

se quedaron mudas.

Las mañanas de los días

fueron lunes;

las tardes enrojecieron

como miércoles;

cuando las noches cayeron a plomo

vestidas de sábado.

Tanto fuimos, tanto somos, tanto erais.

Tan poco todos.

Hoy.

Hoy me desnudo en un cuarto

con paredes de arena dorada.

A ver si el difuso reflejo

me saca alguna espina

y la dejo arropadita en el cajón.

Quiero que me salga entera,

que no se parta por la mitad

y me maten luego los quistes.

Quiero, entonces,

sacar la afonía de nuestros gritos,

pensar en otra forma de existir.

Mutear las bombas de las sienes,

silenciar aquellas palabras que empuercan

el sonido ambiente de mi salón.

Veo difuso el punto

que nos marca el horizonte

pero lo veo

y sin más idea,

o quizá sin más razón

que ir en su búsqueda

me voy a embarcar.

Ya escupiré los puntos de sutura

por la borda de mi cáscara de nuez.

Seguiré buscando ese lugar en el mundo

que no se ha construido con las palabras

realidad, verdad, hecho, de facto.

Por el “por mí y por todos mis compañeros”,

voy a encontrar ese paraíso inexistente

donde Nessy vive en una gota de rocío,

donde el martillo de Thor nunca vuelve,

donde Dios podemos ser todos y no trino.

Sé que no estoy solo.

Y sé que no puedo solo.

Pero encontraremos

al que enciende las bombillas.

Pasaremos por aquel callejón oscuro

y veremos

cómo los caminos construidos

por palabras que no existen

abren vedas que no nos dejaron ver.

Aquellos pasos cerrados

por los destellos de los flashes

y de las pantallas con fondo blanco.

No vamos a hacerlo solos.

No vamos a amurallar el jardín,

ni pondremos a un gorila de portero

como San Pedro y su dichosa lista.

Vamos a abrir la veda,

para que entre todo humano,

la cosas se cogerán sin premio.

Vamos a escoger las respuestas incorrectas

para ver

qué es lo normal,

qué está bien.

Por ver al desacierto

desnudar nuestro interior

como el humo del petardo

desnudando el vacío

de mi habitación de arena.

En aquel lugar donde crecieron las palabras

el lugar perfecto para volver a cultivarlas

porque la mayoría no están hechas para nosotros.

Los poemas se han de escribir

vacíos.

Se tienen que escribir

sobre big bang.

Se tienen que leer

sin palabras.

Porque sin ellas,

te podré expresar

que todo lo aprendido

sobre resistir

los embistes de estímulos,

sobre vomitar

para seguir bebiendo,

sobre cuánto

nos dolieron las palabras.

Sobre todo lo recorrido

en aquellos callejones mágicos,

sobre la represión a los payasos tristes,

sobre el dolor de las bombas léxicas

que nos lanzaron

desde lo más alto de la torre.

Sobre ese ojo de fuego

que todo nos quiere ver,

que oculta todos los miedos

que no le dejaron sacar;

Que todo lo aprendido sobre los perfumes

de los frascos pequeños,

sobre el destrozo

que les hicimos a nuestros cuerpos

sobre el futuro tan cutre

que nos tocó por presente

sobre la cáscara de nuez

que me transporta a pesar del oleaje.

No fue lo que nos hizo llorar.

No fue lo que nos hizo estar tan lejos.

Prometo que sin ellas,

podré expresar que nada de eso tuvo que ver.

Que nada de eso ocasionó nuestra guerra, papá.

Fue nuestra intención oponer la idea

de los puentes

a los muros que heredamos.

Fue nuestra decisión encriptar los códigos.

Como lo fue la tuya tiempo atrás.

Como fue tu plan de romper con la torre.

Y ahora nos escuecen los ojos.

De vernos tan lejos.

Y no fue por nada de eso.

Fueron las palabras

las que cavaron ese abismo

ese lugar tan profundo que nos separa.

Nada más que eso.

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