El escozor en los ojos fue
por el abismo que nos separa.
Por nada menos que eso.
Fuimos generación olvidada.
Jueves de terral en verano.
Aprendimos en el aula
que el timbre del recreo
te prepara para lo que viene:
reaccionar rápido a los estímulos
obedecer y ordenar
comprar sin preguntar.
Aprendimos en los parques
que los whiskys se pagan a plazos
y cobran fuerte con olvido y cirrosis.
La catarsis de placer no es eterna
y las palabras mutan como lo virus.
Los adultos más efebos
han redactado las tesis
y los códigos de leyes
del cómo hay que vivir.
Con los huevos negros
las cabezas blancas
y una sucia mirada altiva
que oculta tras sus córneas
un desierto de decepciones,
traumas y tragedias.
Improvisamos nuestra vida
en un circo de catástrofes
Evitamos andar los caminos oscuros,
como nos dijeron.
Nadie nos habló del que enciende las bombillas.
Avanzamos con las dudas
por las calles con blanca luz
Dejamos de pensar en qué hay en lo oscuro,
como nos dijeron.
Nadie dijo que tanta luz no nos dejaba ver.
Aún así, nuestras pupilas dilatadas
encontraron todas las agujas de sus relatos
y nos quedamos con la paja del cuento.
Nuestro perfume Deliplus
no tenía la elegancia suficiente
para acercarse a ese status Hugo Boss.
Nuestra esencia de arlequín
tenía el delito por reclamo
y esas putas luces azules
contaminó nuestro silencio
con bocinas y doctrinas.
En guerra por las ideas.
Sobrevivimos la guerra de las palabras.
Los muertos llamados a ser sueños.
Los términos, los soldados.
Y en primera línea, las ratas.
Deglutimos con fervor
nuestros propios sentimientos.
Arrasamos los campos sembrados
de nuestros fértiles cuerpos.
Las manchas de dentro
no se fueron con la lluvia
y de perdidos al río
con el polen entre los dedos,
sintiendo el peso
de una existencia precaria,
mezclamos los miedos
con las esperanzas.
No cupo queja
por los moratones del alma.
Porque no hay moraleja
en una historia in extrema res.
Lloraron las madres
por no llorar nosotros.
Y las estrellas de colores
se quedaron mudas.
Las mañanas de los días
fueron lunes;
las tardes enrojecieron
como miércoles;
cuando las noches cayeron a plomo
vestidas de sábado.
Tanto fuimos, tanto somos, tanto erais.
Tan poco todos.
Hoy.
Hoy me desnudo en un cuarto
con paredes de arena dorada.
A ver si el difuso reflejo
me saca alguna espina
y la dejo arropadita en el cajón.
Quiero que me salga entera,
que no se parta por la mitad
y me maten luego los quistes.
Quiero, entonces,
sacar la afonía de nuestros gritos,
pensar en otra forma de existir.
Mutear las bombas de las sienes,
silenciar aquellas palabras que empuercan
el sonido ambiente de mi salón.
Veo difuso el punto
que nos marca el horizonte
pero lo veo
y sin más idea,
o quizá sin más razón
que ir en su búsqueda
me voy a embarcar.
Ya escupiré los puntos de sutura
por la borda de mi cáscara de nuez.
Seguiré buscando ese lugar en el mundo
que no se ha construido con las palabras
realidad, verdad, hecho, de facto.
Por el “por mí y por todos mis compañeros”,
voy a encontrar ese paraíso inexistente
donde Nessy vive en una gota de rocío,
donde el martillo de Thor nunca vuelve,
donde Dios podemos ser todos y no trino.
Sé que no estoy solo.
Y sé que no puedo solo.
Pero encontraremos
al que enciende las bombillas.
Pasaremos por aquel callejón oscuro
y veremos
cómo los caminos construidos
por palabras que no existen
abren vedas que no nos dejaron ver.
Aquellos pasos cerrados
por los destellos de los flashes
y de las pantallas con fondo blanco.
No vamos a hacerlo solos.
No vamos a amurallar el jardín,
ni pondremos a un gorila de portero
como San Pedro y su dichosa lista.
Vamos a abrir la veda,
para que entre todo humano,
la cosas se cogerán sin premio.
Vamos a escoger las respuestas incorrectas
para ver
qué es lo normal,
qué está bien.
Por ver al desacierto
desnudar nuestro interior
como el humo del petardo
desnudando el vacío
de mi habitación de arena.
En aquel lugar donde crecieron las palabras
el lugar perfecto para volver a cultivarlas
porque la mayoría no están hechas para nosotros.
Los poemas se han de escribir
vacíos.
Se tienen que escribir
sobre big bang.
Se tienen que leer
sin palabras.
Porque sin ellas,
te podré expresar
que todo lo aprendido
sobre resistir
los embistes de estímulos,
sobre vomitar
para seguir bebiendo,
sobre cuánto
nos dolieron las palabras.
Sobre todo lo recorrido
en aquellos callejones mágicos,
sobre la represión a los payasos tristes,
sobre el dolor de las bombas léxicas
que nos lanzaron
desde lo más alto de la torre.
Sobre ese ojo de fuego
que todo nos quiere ver,
que oculta todos los miedos
que no le dejaron sacar;
Que todo lo aprendido sobre los perfumes
de los frascos pequeños,
sobre el destrozo
que les hicimos a nuestros cuerpos
sobre el futuro tan cutre
que nos tocó por presente
sobre la cáscara de nuez
que me transporta a pesar del oleaje.
No fue lo que nos hizo llorar.
No fue lo que nos hizo estar tan lejos.
Prometo que sin ellas,
podré expresar que nada de eso tuvo que ver.
Que nada de eso ocasionó nuestra guerra, papá.
Fue nuestra intención oponer la idea
de los puentes
a los muros que heredamos.
Fue nuestra decisión encriptar los códigos.
Como lo fue la tuya tiempo atrás.
Como fue tu plan de romper con la torre.
Y ahora nos escuecen los ojos.
De vernos tan lejos.
Y no fue por nada de eso.
Fueron las palabras
las que cavaron ese abismo
ese lugar tan profundo que nos separa.
Nada más que eso.