Llover no llueve nunca para arriba

igual que los perros nunca ladran porque sí.

Tenemos las costillas abiertas como una gruta,

así que vámonos, anda.

Aún esperas que deje de llover

para no resbalar con las suelas de cuero

y que esa maldita moda te acabe matando,

como no paras de repetirme.

Los corazones laten como si saltasen conejos

sin espacio para madrigueras

en las jaulas donde los tenemos encerrados.

Por favor, vamos a salir ya del bucle

de los hielos y el champán

que hay bien poco que celebrar,

que a las largas es mucho más relevante

la capacidad de trabajo que el talento.

Divagar está muy bien si la lengua no está tan húmeda;

porque después las palabras se escurren

y los te quieros y te amos parecen que se caen.

Por la mañana son añicos en el suelo

que no hay quien los lea.

Por favor, vámonos ya que vamos a acabar chorreando,

que los taxis llevan años sin pararse

y hacía meses que al campo le venía bien

este chaparrón de arena que está cayendo.

Si esperas a que se tercie el instante,

que cambie el rumbo del viento

y se despeje con soles el camino,

no vamos a encontrar nunca

todo el tiempo que hemos llegado a perder.

Así que por favor te lo pido,

deja que se me derritan los hielos

y que se me pique el vino.

Vámonos ya que se va a petar y no nos van a dejar entrar,

que tengo el corazón en la boca

y queda mucha cola y mucha lluvia

para seguir divagando.