Había aparecido en mi vida como un suave sonido de guitarra y yo era más de amar a los perros que a los humanos. Fui declinando posturas en el avión hasta el despegue y, como un fogonazo de ternura, desenterré de la memoria todas mis caricias. Yo, que soy más de amar a los perros, había apostado por olvidar cómo querer a las tormentas, a los dardos punzantes y a las olimpiadas de ingratitud. Tenía marcado los azulejos del cielo como color de las sábanas, y las almohadas podridas de tanto desuso. Tirado en esa confortable arena de opiniones humanas yo les dediqué amor, yo que soy de los que aman a los perros. Había previsto en los témpanos de barro esa mala fe del hombre, pero como una estampa de hormigón, me ha erguido un sentimiento sólido de comprensión hacia el vecino. Ahora comparto la calidez de lo que amo con los nuevos trozos de carbón. Yo; que era de los que solo quería amar a los perros.