Que no te arrepientes de nada
es la parte más nítida que tengo
de nuestra memoria común.
Puede que sea lo único que quise
mantener vivo del pasado.
Porque tuve que hacerme la pira
con las espinas de tus zarzas
y proclamarme camello de Caronte
para no pagar ni un óbolo.
Sé que no te arrepientes de nada
porque todo lo vivido ha sido parte
de unos juegos de arena
donde tú eras el César del pulgar al alza
por tiempo limitado.
La caída del dedo era ley natural.
Ni caballos ni alfiles para cazar a la reina.
Tú eras persona de triunfos hecha a sí misma.
El rico es tu padre; tú: mmmm not yet.
Quizá que no te arrepientes de nada
no es lo único que tengo cristalino
cuando me meto en la cama.
Puedo ser yo el que no tenga claro
sus arrepentimientos
y el que desea omitir de los recuerdos
los tiempos de Roma y Amor.
Ahora que cumplo con las frases hechas
te doy lo que te corresponde,
como le corto las dosis a Caronte.
Si esperabas una muerta digna
y una eterna mancha roja en la arena
con la forma de mi voz
revísate el oráculo,
porque no has podido predecir
que algunos muertos se levantan y andan
y de tanto que me debe Caronte
me sale el trimestre a devolver.
No te arrepientes de nada
ni de llenar el desguace de vidas útiles
ni de haber prometido en vano
ni de los cercos en la Galia
ni de las guerras civiles de los otros cuerpos.
Ni del “abolir la esclavitud acaba con la producción”.
De lo que yo me arrepiento
es lo pesado que fueron mis silencios
cuando me llovía el ácido de tus babas
de haberme tragado sin tapa
los resquemores y la desidia.
De lo que no me arrepiento
es del fuego de Nerón
y las lágrimas de Boabdil.
Porque a veces destruyendo todo
se salva la magia de los rincones.
Ya lo entenderás cuando madures
y te hagas de izquierdas.