Por lo menos tiene casi su edad. 50 años ocupando su puesto. La vieja guardia de Lavapiés. Me da clases de la vida cuando el bar se queda por fin tranquilo y he terminado de hacer los quehaceres que conlleva el cargo de camarero de bar analógico. Todo el mundo puede imaginárselas, pero está bien recordarlas de vez en cuando: limpiar, recoger, fregar, barrer, pinchar rock from Woodstock, tirar cerveza, abrir y retirar botellas, tirar las basuras, apagar las luces del baño, calentar y preparar las tapas que vienen con la cerveza tirada o con las botellas abiertas; descongelar pan, poner raciones con sus respectivos cubiertos y servilletas, recoger la cocina, volver a limpiar, cortar limones y naranjas, tirar vermut, limpiar el grifo de vermut que se queda pegajoso y apesta, hacer cuentas de cabeza, apuntar en la libreta, repasar las cuentas para que no se olvide apuntar nada, mantener las bayetas en su sitio, cobrar, encender el datáfono, mantenerlo con batería, subir la música que suena Sultans Of Swing, bajar la música que viene la vecina de arriba hecha un basilisco, poner pelotazos, tres hielos y rodajas de limón o naranja, las aceitunas, volver a limpiar, vigilar a lxs analfabetxs que no pueden leer el cartel dice claramente que no se pueden sacar bebidas alcohólicas a la calle, gestionar las borracheras, quitar la música, echar a la gente, hacerle las cuentas por separado, sonreír, hablar con ellos que es muy importante, seguir limpiando, echar el cierre, fregar los platos, limpiar los baños, la pizarra y luz de la calle no se vaya a olvidar, limpiar todo lo que quede, las llaves del cierre se quedan en la barra, apagar todas las luces que no son pocas y dejar encendida la del chupito y el cigarrito…Y llega el momento de las historias; en la cabeza aún resonando Six Blade Knife… Supongo que casi todo ser humano sabe hacer estas labores. El trabajo de camarero de bar clásico es, en resumidas cuentas, limpiar y cuidar el entorno; como el jardinero que mantiene sano, limpio de plagas y con un bonito colorido ese espacio de naturaleza viva. Porque sigue siendo un espacio, al menos en Madrid, donde también concurren cosas importantes y naturales de la vida.
Hay veces que el jardín social que resulta ser un bar se transforma en albero y los asistentes mutan en gladiadores, pero en vez de armas tienen palabras y en vez de armaduras o escudos tienen fuentes de (des)información y “san Google”. Porque en un bar, sobre todo en Madrid, es donde ocurre aquella batalla que no se ve, pero que está ahí y que siempre es más cruenta en estos espacios, porque no solo el alcohol suelta la lengua y engrasa los motores neuronales, también el hecho de saber que me escucha indirectamente el público-clientela del bar también resulta motivador. La batalla cultural, la guerra por la ideas; la que ha ocasionado que los pobres hayan asumido el discurso de que son pobres por (de)mérito propio, y que lo que le espera el resto de su vida es resignación hacia el trabajo que le ha tocado soportar, pero debe agradecer porque si no la nevera se queda vacía y la niña no desayuna mañana. Con las cosas del comer no se juega (Estefanía dixit). Por supuesto, el rico-explotador está ahí por el esfuerzo suyo y de su tatarabuelo, da vergüenza poner en duda la meritocracia y la democracia. Y mucho más decir que la realidad o la verdad están compuestas por palabras que pertenece al que configura el relato. Gramschi no tenía ni idea y los que lo han leído (Laclau, Chomsky) menos.
Hace unos días entró un grupo de colegas. Dos mujeres y dos hombres. Uno de ellos se veía con más altanería, cuando hablaba estaba encantado de escucharse. Llevaba una camiseta de Joy Division y cada vez que intentaba hacer una suerte de broma desdeñosa a sus compas le salía una risa y un tono que rozaba el vinagre. Le dio clases de feminismo a las muchachas, impartiendo cátedra: “Yo sé que no es lo mismo, pero si contrapones la palabra feminismo a machismo, la gente se asusta y se va. Hay que hacer el relato de otra manera”. También dio parte de lo gran analista geopolítico que es: “Putin es un comunista megalómano que no va a parar hasta que domine el mundo. Lo que hace falta es un magnicidio. ¿Dónde está la CIA cuando se la necesita?”. Entre ambos temas cabalgaba la conversación. Las riendas en mano del Joy Division. Le pincho un disco en honor a su camiseta… “hostias, súbeme el volumen y ponte cuatro dobles más y unas aceitunas, cuando puedas”.
Las discusiones más descarnadas las protagonizaban las dos mujeres. Una de ellas rechazaba por completo las tesis del Joy; intentó argumentar varias veces y de distintas formas que en el conflicto ucraniano la OTAN también tenía gran parte de responsabilidad, no solo Putin. Y que el feminismo no reniega de los hombres cuando se contrapone al machismo, cosa que el Joy negó tajantemente varias veces, al igual que su juicio de la opinión de ella de la guerra en Ucrania. “¡¡Pero como puedes decir eso, por favor!! Tienes que informarte mejor y leer un poco más”. El cuarto integrante del grupo estaba más preocupado en que los vasos no se quedasen vacíos y en hablar de música y de la noche de Lavapiés conmigo. No en lo que hablaban sus compinches. La conversación entre ambas muchachas me interesaba mucho más que la historia de Lou Reed o Jim Morrison que salía de su boca. “Tía, lo que te quiere decir (el Joy) es que muchas veces os ponéis así y parece que no queréis entenderlo, por eso creo que hay veces que siento que el feminismo no me representa”; “¿lo ves? Te cierras en banda y no hay manera de hacerte ver la realidad. La guerra es culpa de Rusia y de Putin. Punto.” Los decibelios en los tonos aumentaban en proporción a cómo se le agriaba el rostro a la muchacha que se encontraba sola en sus argumentos. Antes de irse, cerraron tema con la conclusión de que esas discusiones en esos espacios están bien. No se resuelve el mundo, pero incitan a los y las confusas a pensar y abrir los ojos. La educación también se hace en la calle y en los bares.
El relato oficial de las televisiones generalistas se había colado en el bar, y resultó que abrir los ojos era aprenderse de carrerilla ese relato. Si no: eres paria, tonta, fanática o radical.
Se está perdiendo esa batalla y mi posición está en la trinchera tras la barra.