El game over después del ocaso
lo tenemos atascado en las tuberías del tiempo.
Te prometo que abrazo cada migaja de amor
cosechado entre todas las palabras
que no se pudo tragar el sumidero.
Aunque le tenga pavor al malo final
y a sus afiladas garras de reproche.
El game over siempre viene después
de la pantalla de silencios.
Después de ese monstruo imposible de vencer
que nos manda a los créditos,
al punto de inicio de la partida,
porque hemos aprendido a vivir sin guardarla,
sin darle al pause ni por un segundo,
con la confianza del que se siente ganador
y con la ilusión de tener por escudo
una epidermis de acero forjado.
Nunca nos dejamos hacer una estrategia.
Si Amy volvió al Black, yo retomo el punk.
Retomo las ansias de pasarme el juego,
ser el gremli del banquito y litrito al sol,
del dame esto que mañana te pago
con una posturita comportada de mi alma.
Retomo escuchar acordes sucios,
voz rota y empaque desagradable
para limpiar las entrañas de mi wáter.
Game over y empecemos de cero.
Que no se atoren de nuevo las alcantarillas,
que no canten tan fuerte las ambulancias
y que no nos deslumbre el gálibo azul
de las lecheras de los civiles.
Retomo el punk para chetarme,
para aprenderme los trucos del San Andreas
y para dejar a mi Bender alcohólico
divertirse con sus robopilinguis.
Recojamos las piezas y volvamos al inicio.
Marquemos una estrategia sesuda
antes de llegar al último estadio,
que te aseguro por las broncas de Narciso
que Tánatos no es para tanto,
que se le puede vencer en modo difícil
y que no hay tubería que se atore
tras un reinicio en mitad de la partida.
No tengamos tanto miedo de perder
que siempre nos queda la solución
tramposa del insert coin
para empezar una nueva partida
con las cañerías limpias.