Supongo que tantísimo caminar vacío da vértigo
por culpa de este asfalto de cristal;
por los vientos de taras que salen
de los balcones sin cenefas
y de las estrellas con faltas de ortografía;
por la Luna mustia como una vuelta casa
con el nosotros deshecho.
Supongo que el azulejo del baño del bar
seguirá luciendo el tatuaje que le pintamos,
y que seguirá sonando en su eco el
“ya comparto armario con corbatas
y no podemos calentarnos las sábanas”.
Por muchos gramos de prórroga
que le compremos a la noche,
siempre estará el caminar vacío
cuando los focos de Siroco dejan de verter
su miel helada sobre nuestro pelo rizado
y sobre tus labios de “no puedo querer que suceda”.
Supongo que he presupuesto demasiado
y que me he vuelto a perder
entre la noción y el tiempo.
Aunque Madrí tenga tanto cemento transparente,
caminarlo es dejar un rastro de migas de pan
que se comen las palomas para que me pierda,
y para que el metro me abra sus puertas
como a los desertores del after.
Supongo que pasear por sus vértebras partidas
es la única opción para llenar las carencias
de mi teléfono con las palabras negras
que se amotinaron cuando me tocó decirlas.
Supongo que todo esto es tirita de autoestima
para mi caminar vacío,
el grito desesperado de mi Edipo
pegándose con Tánatos; mientras Narciso
suelta las lágrimas pusilánimes
que se deslizan amargas por mi garganta.
No me pilla el metro ni el bus; taxi, cabi o bicimad
porque todos ellos saben que me merezco las caladas
que llenan de terapia la vacante de mis pasos.
La única y más completa forma que me sé para llegar a casa.