Parresía

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Parresía

de Wifly Rodríguez

Arándanos

No duele tanto el buenos días

si lo dejo todo con orden y pulcritud.

Basta con hacer la cama antes de salir

para quitarle dientes a las fieras

que ansían mi sangre de gacela.

Hago la cama los días que me siento débil.

Me gusta dejar los ácaros tejiendo los sueños.

Formando espantapájaros para mis pesadillas,

coleccionando atrapasueños de avispero

coral del mediterráneo.

Hacer la cama es domar la mente.

Sacar la mala savia y los aviones de papel mojados

de las eternas noches de liturgia de amor

con los que viajamos tanto como pudimos;

volando de pelusa en pelusa,

de una pluma del edredón a otra

y de todas las veces que encallamos

en la almohada cabeza con cabeza.

No duele tantísimo el buenos días

si salgo de la habitación con la cama recién hecha

y peinados los pelos de la manta.

La hago todos los días para no sentirme débil.

Para dejarme lo mejor para el final:

lo perfecto tiene que romperse

para que tenga razón de ser.

La dejo espejo sin arrugas

para camuflar el olor perdido

de aquellos días donde comimos labios

antes que los arándanos;

las feas manchas moradas

del colchón que visto todas las mañanas

con el cariño y el desdén del que sabe

que hacer la cama es recordar

que de noche todo

acaba siempre deshecho.

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