Lo más complicado no es ni será
tomar pulso de la realidad que me toca.
Recuperar mi Rincón infectado;
Lavapiés, las canciones, el amor de Galaxia.
Las ganas de volver al Algarbe.
Visitar las entrañas de América.
Volver a las montañas de Berna.
Lo más complicado no es ni será
dejar de sentir que valgo 30 denarios.
Hacer costumbre con la máquina de oxígeno
que ayuda a mi padre a vivir un día más.
Reconstruir la diáspora de mis yos.
Quitarme las ojeras, volver a entrenar.
Algunos días soy el cerdito de la casa de paja:
débil, indefenso y vulnerable
-se puede estar así-.
Sopla el lobo y me quedo a la intemperie.
Se me ven heridas
y se asoman los huesos entre la carne.
Me deja al aire el sofá podrido
y los cimientos de papel
donde tengo bien descritos los dolores
que me soportan y me van a levantar
más fuerte, más limpio
con las luces de mis ojos brillando
como el sol de julio del Rincón.
A veces soy el cerdito de la casa de palitos
y no me quedo tanto a la intemperie
cuando sopla el lobo.
Se queda inmóvil el mar que me protege.
Se quedan conmigo las terrazas.
Los abrazos sanos y sinceros.
La poesía de mis penúltimos.
Los cigarros de paquete recién abierto.
Los tatuajes que luzco
por dentro y por fuera.
Lo más complicado es y será construirme
con la mejor cementada posible
la fuerte casita de ladrillos.
Ponerme los pilares que aguanten
las embestidas del lobo.
Hacerme el hogar donde quepamos
todos los yos que me acompañan
y que puedan firmar sin condiciones
el tratado de paz que me merezco.
Lo más complicado es sobrevivir el holocausto,
la matanza descarnada a mi autoestima rota,
y comprender
que no todas las palabras hermosas
son honestas
ni todas las grandes sonrisas
son puras.