Quizá hubiese podido ser todo más claro
y no nos hubiese pillado esta realidad
de patillas largas y pulseras rojigualdas
con todo empapado de tristeza.
Ahora que queda poco de ti
-y quizá mucho menos de mí-
han aparecido monstruos
en las puertas de la ciudadela.
Almas machacaditas
y bostezos de cansancio.
Deberíamos habernos cuidado las lágrimas.
Los sudores fríos que se bebe la cama.
Los abonos en tiestos de azotea.
Queda muy bonito hablar de flores
aunque estén todas achicharraítas.
Quizá quede muy bien alardear de apatía,
de no querer seguir peleando,
de ceder ante el coco que come sueños de niño,
de pasar bola al otro campo,
y hacernos casita en el horror.
Cuando lleguen los lamentos
no tendremos lengua para tanta herida
y menos sangre para tanta España.
Limones, cielo.
Hablo de reivindicar limones.
Aprender a esquivar golpes
antes de soltar los brazos.
Necesitamos palabras mágicas que abran puertas.
Nos las inventaremos por los dolores;
por las piedras del tropiezo y la melancolía;
por el poco tiempo que nos queda para vestirnos,
por el mono de arar realidad;
por el sudor y la canela.
Por el anhelo de olor a paz.
Es factible pagar el secuestro de la historia
aunque sea con el tiempo que le robamos.
Me lo he prometido de meñique.
Se puede resistir la desesperación en el tono,
su política de tierra quemada,
sus fusiles de papel.
Y no se negocia con deseos
de dejar mundo de terciopelo
y almohadas suaves de satén.
Por mucho que nos digan inocentes,
mendigos, cómodos, generación blanda:
lo infantil no se puto negocia.
Limones, cielo.
Hablo de seguir exprimiendo limones.
De mantenerse de pie en el ring
aun con la lluvia de golpes.
De aguantar la mirada fija
en el punto exacto de lo perdido.
Ya se asustará el coco
de cuan fuerte nos han crecido los sueños
ahora que somos mayores.
Me lo he prometido de meñique
y esas promesas no se rompen.