Por decir tanto en tanto nada
he reventado por dentro
y ahora es hollín don limpio
la cal de mis entrañas.
De pasamontaña me he vestido
para secuestrar los sentimientos plañideros
que marchan en procesión semanasantera
con sus pasos y tambores,
con la cera ardiente de sus velas
por la boca partida de mi estómago.
No me van a robar más el hambre.
Me dicen con sonrisa vertical
que qué digo, loco
que me ahogo en vaso de chupito;
que aprenda a ser pan:
tierno, cálido, hogar
cuando sale del horno;
duro, negro, firme
cuando pasa el tiempo.
Solo hablo con voz de mala resaca,
alcoholismo de colonia barata,
pitillo mojado y fetiche de cadalso.
Ahora que está de modita ser depresivo
(ser calle -ser paria- y autoabandono)
y drogarse para hacer la opresión
más llevadera, más golosa…
yo elijo ser Montecristo:
Parecer muerto y escapar;
poner las primeras piedras
de mi venganza secreta:
sentarme en una silla de playa
en la puerta de mi portal andaluz
y ver a la fresca como pasan
arrastrando su conciencia presidiaria
los cadáveres podridos de mis enemigos;
como lo hacían -y hacen-
mis ancestros andalusíes.
He elegido hacerme las uñas
aunque me encante su sabor
y cagar tantas lombrices
que no hay en el mundo suficiente Lomper
para limpiar mis tripas ennegrecidas.
Me repiten
que cómo me pongo así de oscuro
si puedo ser pan y no del Bimbo;
del bueno, de miga esponja
y corteza crujiente.
Que mi problema es la noche:
fumar hasta los dedos
y no verme suficiente persona
de verbo ser y demasiado
estar Conde Crápula
ansioso de sangre y morder yugulares.
Lo que siempre dicen
los dulces trozos de pan
a los que somos harina.