Parresía

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Parresía

de Wifly Rodríguez

Le dijo el pan a la harina

Por decir tanto en tanto nada

he reventado por dentro

y ahora es hollín don limpio

la cal de mis entrañas.

De pasamontaña me he vestido

para secuestrar los sentimientos plañideros

que marchan en procesión semanasantera

con sus pasos y tambores,

con la cera ardiente de sus velas

por la boca partida de mi estómago.

No me van a robar más el hambre.

Me dicen con sonrisa vertical

que qué digo, loco

que me ahogo en vaso de chupito;

que aprenda a ser pan:

tierno, cálido, hogar

cuando sale del horno;

duro, negro, firme

cuando pasa el tiempo.

Solo hablo con voz de mala resaca,

alcoholismo de colonia barata,

pitillo mojado y fetiche de cadalso.

Ahora que está de modita ser depresivo

(ser calle -ser paria- y autoabandono)

y drogarse para hacer la opresión

más llevadera, más golosa…

yo elijo ser Montecristo:

Parecer muerto y escapar;

poner las primeras piedras

de mi venganza secreta:

sentarme en una silla de playa

en la puerta de mi portal andaluz

y ver a la fresca como pasan

arrastrando su conciencia presidiaria

los cadáveres podridos de mis enemigos;

como lo hacían -y hacen-

mis ancestros andalusíes.

He elegido hacerme las uñas

aunque me encante su sabor

y cagar tantas lombrices

que no hay en el mundo suficiente Lomper

para limpiar mis tripas ennegrecidas.

Me repiten

que cómo me pongo así de oscuro

si puedo ser pan y no del Bimbo;

del bueno, de miga esponja

y corteza crujiente.

Que mi problema es la noche:

fumar hasta los dedos

y no verme suficiente persona

de verbo ser y demasiado

estar Conde Crápula

ansioso de sangre y morder yugulares.

Lo que siempre dicen

los dulces trozos de pan

a los que somos harina.

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