Tengo clarinete la cantidad perfecta
de empatía para evitar excesos
y acabar Urquijo en un portal
con la mama llorando la sobredosis
de pensamiento intrusivo.
Aunque a veces se me olviden
cantidades, escalas y medidas;
sé que los cuerpos tienen límite:
me la pela Spinoza.
No son amor los corazones del insta,
no se golpea sobre moratones,
eso es de cajón.
No se puede salvar nadie si se está rotito.
Por eso las cebollas no lloran.
Lo hacen los otros.
Salen de fábricas toneladas
de besos y miradas industriales.
Packs indivisibles de caricias
y sesiones de psicoterapia.
Yo viajo en cunda a por amor de calle,
de trapicheo, a por agujas infectadas
de quereres enfermizos
y dolor por abstinencia.
A veces se me olvida el buenos días dulzón,
los detallitos y las cenas con vinito.
Comprar el amor tinderiano
ensamblado en cadena fordista.
Me lo recuerda casi todas las noches
ese super yo erigido como juez,
un super nazi con la sentencia decidida
antes de celebrar el juicio.
Por mucho que le enfrente
rollo Clemente en rueda de prensa,
con las palabras afiladas con piedra
de “tengo la razón”,
ya me ha condenado a vivir
en un efecto 2000 permanente, ficticio
y me flagela con la empatía
que le doy a todos, menos a mí.
Por eso no me olvido
que las cebollas también lloran.
Por eso me levanto de la cama
Y por eso no consumo
el amor industrial posmoderno
de dosis medidas.
Mi cuerpo lo aguanta todo…
aún me queda Spinoza.