Parresía

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Parresía

de Wifly Rodríguez

Los calcetines no tienen pie

Era Dúnlop. Se sentía muy orgulloso de serlo. No porque se sintiese mejor que un Primark, o que un Mercadillo. Simplemente porque era Dúnlop. No se acordaba cuando lo habían cosido. Ni de los pespuntes, ni de cuando le metieron la goma, ya cedida después de tantos años. Pero se acordaba todos los días de cómo llegó a aquel cajón. Y siempre al lado de su pareja. Estuvieron más de cinco semanas en el perchero de un Oteros Sport. Esperando su turno. Viendo como un día, y otro, se llevaban a sus compañeros. Ellos eran grises, un color no muy predilecto para los dioses. Los blancos volaban, como los dioses del Oteros decían:

– Estos están de oferta señora, no hay día que no repongamos.

Sin embargo, ellos estuvieron allí más de un mes. A veces se preguntaban mutuamente si era por su color. Que si hubiesen sido blancos ya hubiesen salido. Si hubiesen sido negros, también. Aún más rápido si hubiesen tenido tatuajes. Pero así les habían creado. Lástima que no pudieron opinar durante su creación. Derecho hubiese dicho que le tatuaran su nombre en la planta, porque odiaba cuando le ponían en el pie izquierdo. Hubiese exigido borlas en la goma y rayos rojos alrededor del cuerpo. ¡Ay! qué bien se veía en su imaginación. Izquierdo, sin embargo, se comformaba tal y como era, pero con otro color. A él le gustaba el verde. El día que salieron de la tienda quedaban ellos y otros negros en la esquina de la tienda. El cartón que los mantenía unidos estaba lleno de polvo y ya iban por la quinta rebaja. Dos euros marcaba el precio, sin embargo, a ellos no les preocupaba en absoluto. Al revés, sabían que así podrían salir antes. Si no salían, no sabían que iba a pasar. Cuando Marcela se pasó a recogerlos, no se lo podían creer.

– ¡Izquierdoo! Despierta, que nos vamos. ¡¡¡¡¡Por fin!!!!!

– Shhhh no chilles mucho, derecho -dijo entre susurros y con voz ronca-. A ver si se arrepiente y nos vuelve a colgar en el perchero.

– Saluda a los imbéciles negros de Nike. ¡Adiós, egocéntricos traperos de siete euros!

Cuando Marcela los dejó en caja, pasaron su código de barras por el láser y quitaron el antirobo (nunca comprendió por qué lo tenían, si eran un artículo poco apreciado), las carcajadas se escucharon en toda la bolsa. Una pelota de fútbol Kipsta, una pantaloneta Nike, unas botas de fútbol Joma y una camiseta de fútbol a rayas rojas y blancas Kappa la terminaban de llenar.

– ¡Qué felices se os ve, chicos! Lo habéis pasado mal en ese tienducho ¿eh? -dijo la pelota con desprecio.

– Y tú… ¿de dónde coño vienes, palurda? Seguro que te ha cosido un niño esclavo en Indonesia mientras deseaba jugar contigo, y te han llevado a Francia para alegrarle la vida a un mocoso pijo y egoísta europeo.

– Por mucha mierda que me eches más tienes tú, que has costado lo que cuesta un café. Yo vengo de Decathlon. Y que un niño quiera disfrutar de mi estancia en su vida cuesta 15 euros. Así que ya me puedes estar rindiendo pleitesía. Además, tu vas a estar en los pies del mismo mocoso pijo y egoísta que yo. Ten más respeto, grisecillo.

– Calma, calma, empecemos con buen pie -izquierdo intentó poner tablas-. Él se llama Derecho y yo me llamo Izquierdo.

– Yo soy Esférica -dijo el balón, mientras fulminaba con la mirada a Derecho.

– Nosotros somos Leo y Messi. Por cierto, vuestros nombres son absurdos, ¿Sabéis que los calcetines se ponen en el pie que a los dioses les venga en gana? Si no fuese así, seríais zapatos, botas de fútbol o deportivas -Una de las botas de fútbol habló desde la caja de cartón que les ocultaba del resto.

– Yo no me voy a poner en ningún pie izquierdo, amigo. Estás muy equivocado si piensas eso, o eres retrasado, ¿Cuál de las dos?

– ¡Seguid por favor!, me encanta la clásica discusión de los que vais en los pies. Sois tan de usar y lavar que parece que no os llega oxígeno a las puntadas de naylon -entre risas, la camiseta entró en la discusión.

– Derecho -le dijo izquierdo con la calma que le correspondía-, vamos a empezar bien con ellos, que nos van a acompañar el resto de nuestra vida.

Derecho siempre fue temperamental. Puro fuego. Anhelaba la libertad más que ninguna otra prenda del cajón. Aunque no fue consciente nunca del dolor que le causó a izquierdo cuando lo abandonó a su suerte. Siempre pensó que era un calcetín de hombre, que iba a oler rancio después de una buena jornada de deporte. Pero cuando descubrió que iba a calzar los pies de Marcela se puso furioso. Izquierdo escuchaba sus lamentos de furia desde la otra deportiva.

– Yo no he sido creado para esto… Yo soy parte inequívoca de un pie masculino, de un ganador del fútbol. No de una patética y pobre chavala que no ha marcado un gol ni en una pachanga con sus amigas porretas.

A izquierdo, sin embargo, le daba exactamente igual. Solo quería ser parte de alguien. Le daba igual quién. Además, Marcela le lavaba con un suavizante que le sentaba francamente bien. Siempre se quedaba dormido en los vaivenes de la lavadora. Olía a lavanda, a frescor. Derecho, para variar, lo odiaba. Quería oler a pies, a sudor de uso, que se notáse que tenía vida fuera de aquel oscuro y tétrico cajón, lleno de vanidosos tangas, estilosos calcetines cortos y ropas interiores de encajes.

Una noche, después de estar colgados en el tendedero por más de dos Lunas, ya casi acartonados, Marcela los zurció con rapidez y los dejó en el cajón sin pensar mucho donde caían. Normalmente, el cajón se dividía en tres partes: La parte izquierda para la ropa interior, sujetadores, bragas, tangas, culottes, algún que otro calzoncillo de hombre y pantalonetas que usaba como pijama; el centro era para las camisetas interiores o básicas, como ella las llamaba, que siempre se ponía justo después de la ropa interior; y a la derecha, los calcetines, leotardos y medias. Podría tener alrededor de 15 pares, Izquierdo nunca lo supo con certeza, ya que a veces venía con más y se acumulaban tantos que no se podía ni abrir el cajón. Cuando pasaba esto, normalmente, Marcela tiraba unos cuantos y reponía con otros nuevos, que se guardaban con el mismo cartón de la compra. Había días que Marcela utilizaba el mismo par de calcetines tres días seguidos, y los volvía a guardar en el cajón, dejando un olor insoportable para Izquierdo, y deseado por Derecho. Esa noche cayeron en la zona de los sujetadores. Izquierdo conicidía con Derecho en la vanidad que profesaban aquella ropa delicada de encaje.

– Somos la última moda en Italia, nos ha promocionado Sara Jessica Parker…

– Me suda la cuerda del culo, Intimissimi, Sara Comosellame y el pisto que os queráis tirar, vais a estar en el mismo coño y mismo ojo del culo que yo. Por mucha firma que llevéis en la etiqueta tenéis la misma función que nosotros, el par de tangas a tres euros.

– ¡Qué desagradables seguís siendo!, No se os pega nada de nuestra finura ¿eh? -el desdén del culotte era evidente.

– Cómeme la tela que tapa el jigo, pija estirada.

El cajón se abrió y Derecho e Izquierdo cayeron encima de un conjunto de culottes y sujetadores de encajes de Intimissimi…

– ¡Qué asco, por la diosa! ¡Quitadnos a este par de calcetines grises de encima!, Sois feos para aburrir.

– Si no estuviese zurcido a mi pareja te hubiese dejado hecho un harapo nada más caer encima tuya. ¿Pero tu quién mierda te crees? A tí te han cosido en la India a tres céntimos la hora y te han puesto la etiqueta de Italia… ¿te crees que por follar más que los demás tenéis algo de valor? Sois asquerosos. Una vergueza para todo el conjunto de la ropa interior del mundo -Derecho soltó su discurso típico de odio acompañado de un escupitajo.

– ¡¡QUE ASCO!!

Otra pareja de calcetines pinkies que cayeron junto a Izquierdo y Derecho empezaron a chistar. Todos intentaban rezar y dormir para ser los próximos elegidos por la diosa Marcela para ser utilizados. Derecho empezó a susurrar a Izquierdo.

– Oye… deja de rezar, y atiéndeme un segundo.

– Si dejo de rezar, Marcela no nos volverá a escoger en su próximo partido de la semana que viene.

– Estás perdiendo el tiempo. No depende de tí, ni de tus rezos de mongolo. Vas a pasar la mayor parte de tu vida encerrado en este cajón. Compartiendo oxígeno con este elenco de harapos puntadashuecas. He decidido que me voy a pirar. Quiero conocer mundo. Estoy cansado del Mimosín. De estar en un pie izquierdo porque a mi diosa le da la gana. Quiero evolucionar, quiero conectarme con lo que verdaderamente soy y quiero ser.

– ¿Y qué eres realmente, si no un calcetín Dúnlop gris de deporte? -dijo Izquierdo entre susurros.

– No lo sé. Quizá sea un calcetín masculino, o una marioneta. He visto por ahí que muchos dioses nos usan de otra forma.

– Derecho, por favor, empieza tus oraciones ya antes de que otro rece más fuerte y sea seleccionado para jugar el próximo partido. He visto la posición en la que están los Puma negros y creo que tienen todas las papeletas para jugar el próximo partido.

– Los muertos de los Puma y Adidas. En el próximo lavado no me vas a volver a ver. Si quieres venirte conmigo bien, sino espera el día que te hagas un agujero y vayas directamente al contenedor de basura.

Esas hirientes palabras le dolieron. Pero nunca pensó que fuesen realidad. ¿Cómo se iba a escapar un calcetín? Era imposible. Toda su existencia dependía de la diosa Marcela y su intención para con ellos. Pero, un día, colgado en el tendedero, cuando se despertó de su viaje en la lavadora con eau de lavanda, después de jugar un partido, Derecho no estaba. Se había perdido y no se podía imaginar cómo ni dónde. Desde ese día, Izquierdo fue renegado a la esquina interior derecha del cajón, donde estaban los abandonados. Era su nuevo grupo de amigos: Los rotos, viejos, pasados, hechos a mano y desparejados. Unos patucos que le hizo la diosa Josefina a Marcela cuando esta era niña, que ya no usaba porque no cabían en sus pies, pero Marcela les tenía el cariño de no querer tirarlos a la basura; unos Kipsta tobilleros con agujeros en la planta; unas medias blancas de Breshka con carreras de la planta al muslo; un calcetín con tatuajes de un tal Yoda de HyM e Izquierdo. Eran el hazmereír del cajón, blanco de chistes y bastión de la desesperación, que ya sabían perfectamente su destino en la próxima limpieza: el contenedor de la ropa para regalar o la basura. Sin embargo, lo que más preocupaba a Izquierdo era el no saber absolutamente nada de su pareja. Si estuviese allí con él nadie se reiría de ellos. No se dejaba pisar por nadie, y menos por unos malhechos calcetines de Zara que duraban no más de cinco lavados. ¿Sería una marioneta?, ¿estaría en los pies de un famoso futbolista que lo utiliza en las finales que gana? La incertidumbre era algo que no podía sorportar. A veces tenía envidia, otros se resignaba, otros se comparaba con la suerte que tuvieron otros calcetines y resoplaba aliviado. Lo que sí pensaba un día y otro desde hacía dos meses que Derecho se marchó, es que tenía razón, pasó gran parte de su vida encerrado en un oscuro cajón, rezando con fuerza para no conseguir absolutamente nada.

 

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